"La única persona que nunca hace nada mal es la persona que nunca hace nada."  Theodore Roosevelt. 

No mantuve la cuenta de cuántas veces callé; cuántas bajé la cabeza y asentí disintiendo.
No he logrado cuantificar los daños; qué podrá ser reparado o qué columnas no se volverán a alzar. Llevo meses paseando entre las ruinas que quedaron y aún no he sido capaz de ello.

¿Hasta dónde, cuando arrasan con nosotros, la culpa es del otro?
¿Hasta dónde no es culpa responsabilidad nuestra?

Nadie es perfecto. Entorno esta afirmación gira todo.
Quien no hace algo mál es porque directamente no hace nada. Ergo, algo hice yo.

Aquí empieza todo. Conocer qué hice para tratar de repararlo: porque ese pilar quiero que sea el primero que se ponga en pie.
Mentira.
El primero en ponerse en pie ha de ser la autoestima y el orgullo propio. Mi propio amor. Amor por mi persona y mi integridad física y psicológica. Si yo no me quiero, nadie me querrá. 

Lo segundo, como decía, debe ser comprender qué hice. O qué no hice. Porque conociendo ese punto las probabilidades de que suceda lo mismo son menores. No, no tengo estudios que abalen mi afirmación, pero creo en ello firmemente: si sabes que por no mirar al suelo, tropezaste con la piedra, mirarás al suelo para no volver a caer.

Y el temor es: ¿y si por estar mirando continuamente al suelo, me pierdo todo lo que me rodea?
Me pierdo un día soleado y el calor en mis mejillas. Me pierdo ver a los niños jugando en un parque y recordar así mi infancia. O ver un conocido y poder saludarle y saber qué tal le va. Tal vez me pierda cruzar miradas y sonrisas con alguien mágico.

Me parece tan fina la línea de culpabilidad. Tan fina la línea entre ser prudente o precavido y excederse en la desconfianza: sacar el escudo antes de que el otro siquiera piense en empuñar la espada.

A veces me da pavor convertirme en aquello mismo que me destruyó; que, con el pretexto de haber sido dañada, me vuelva tan despiadada como para destrozar a otro.

Si no quieres que suceda, te ocuparás de que no pase.

Yo no quise ser aniquilada. Y es que, por un tiempo, así me sentí.
Cuando todo acabó no sabía qué hacer: había sido anulada y aún no lo sabía.
Luego fue como coger una bocanada de aire cuando llevas tiempo sin respirar: se ensancharon mis pulmones y volví a recordar cómo era inspirar y expirar, hasta hacerlo de forma mecánica.

¿Qué hice mal? Algo hice mal. Repito en bucle la pregunta en mi cabeza.
No enloquezco tratando de saber "por qué salió mal" ni "por qué a mí". No. Quiero comprender qué no hice como para dejarme arrastrar.


¿Qué hice mal?
... tal vez no supe irme cuando se avecinaba la tormenta. Volver a casa, sana y salva. Resguardada.

Cuando veía los nubarrones formarse y se oscurecía el cielo, me quedé inmóvil esperando. "No es nada. Son sólo unas nubes."
Empezó a chispear. La lluvia mojó mi cara ligeramente. "Son sólo unas gotas."

Las gotas se deslizaban por mi nariz y mis labios. Sentía el pelo húmedo pegarse a mi cara. Saqué entonces un paraguas.
Durante un tiempo no me mojé. Pero continuó lloviendo hasta apretar. Vi mis botas mojarse. "Pasará la lluvia. Esto es temporal".

Empezó a soplar viento. Se giró mi paraguas y volví a mojarme. La lluvia me calaba las botas. Se empaparon mis calcetines hasta sentir mis dedos fríos. Noté como el agua resbalaba por mi cuello Noté mi pelo lacio, caído, sin vida.
Ya no tenía paraguas. No había pantalla que parase la lluvia.
Permanecí inmóvil. "Ya sólo queda que salga el sol".

Tuve que esperar hasta los truenos y los relámpagos para comprender que sólo podía ir a más; que sólo me quedaba marcharme de allí. Me quedé impasible pensando que volvería a salir el sol. Un sol que no volvería a salir. O como mínimo, no estuve allí para verlo. Para entonces ya volaba lejos.


Me pregunto si sabré en un futuro ver la tormenta venir.
Me gustaría que la lluvia sólo llegue para regar mis ruinas; que nazcan flores, florezcan y crezcan.